08 septiembre 2005



SORPRESAS, LA HISTORIA DE PEDRO NAVAJA ( CAPITULO I)

Primeros pasos en Puerto Sur

La primera señal que nos remonta a la vida de Pedro Navaja es el testimonio de doña Gioconda.Esta señora lo conoció desde pequeño, tiempo en que Pedrito se deslizaba en su trineo rodante por los cerros de Puerto Sur. Era un niño inquieto y alegre. Su madre era bailarina de cabaret.

Su padre aparecía en las navidades de los años bisiestos. Marino Mercante, hombre rudo e inexpresivo.Doña Gioconda lo recuerda como un niño que vivía de la aventura. Con una espada de tabla y un escudo de cartón peleaba contra seres marinos imaginarios.Muchas veces tuvo que auxiliar al pequeño, pues se lesionaba constantemente en sus juegos infantiles. La madre de Pedro, luego de sus años de gloria como bailarina se dedicó a confeccionar las prendas de sus colegas más jóvenes.

La Partida

El Temperamento duro de Pedro se forjó en su adolescencia cuando decide iniciar un viaje en búsqueda de su Padre. El vaivén de su mirada y sus pasos que siempre van marcando con sutileza y rapidez su andar fueron su sello personal.Doña Gioconda tiene grabado en su memoria el día de su partida. Era en un triste atardecer del invierno del 66. Solo con su morral, su sombrero alón y un habano pegado a la comisura de sus labios. Nadie en el barrio se despidió de él.

Pegada a la baranda del muelle lloraba su madre desconsolada. En la lejanía se escuchaba el balbuceo de un par de muchachas que se disputaban la posesión del novio que las dejaba ancladas en el pasado.Partió rumbo a un destino desconocido. Los amigos, la plaza, las rumbas interminables quedaban en el recuerdo. Amores inconclusos quedaban plasmados en diferentes cerros de la Bahía de Puerto Sur.

Desde una ventanilla circular se despedía de las casas construidas sobre los cerros. En una bodega entre sacos y cajas se acomodaba para relajar el cuerpo. La travesía sería larga e incierta.Poco a poco las luces de la Bahía se volvían pequeñas y tintineaban en la lejanía. Pedro tomó su navaja para darle forma a trozos de madera que había en la parte baja de la embarcación. Una lámpara que se mecía al ondear de la marea impregnaba el ambiente de humo y parafina. Con paciencia transformaba la madera en pequeñas figuras para matar el tiempo.

Esta historia continuará…….

1 comentario:

Roberto Iza Valdés dijo...
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